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¿Qué es el bienestar?

Como decíamos en la entrada anterior, la noción “abstracta” de bienestar se va introduciendo en las políticas públicas y lo hace, fundamentalmente, a través de tres focos: el bienestar como preferencias satisfechas, el bienestar subjetivo y el bienestar y la calidad de vida.

El primero (bienestar como preferencias satisfechas) parte del utilitarismo. Como recuerdan Sánchez y de Santiago (1998): “El utilitarismo es una corriente de la filosofía moral que se basa en la idea de que lo bueno es aquello que proporciona placer o felicidad a los seres humanos, y lo malo aquello que genera dolor o infelicidad”. Como puntualizan estos autores, esta perspectiva no debe identificarse con el egoísmo y, de hecho, para la mayoría de los utilitaristas la felicidad individual es complementaria de la felicidad de los otros: “La felicidad, cuando es auténtica, se puede identificar con el bienestar individual a largo plazo. Es decir: hay que entenderla como un proyecto vital cuya realización exige tener en cuenta las interrelaciones con los demás”.

Este utilitarismo se ha convertido en una pieza clave del enfoque económico convencional fundamentalmente por dos razones (Sánchez y de Santiago, 1998): en primer lugar, ha permitido la construcción del homo economicus (racional, maximizador de su utilidad) y, en segundo lugar, ha generado un campo de debate (la Economía del Bienestar) sobre la posibilidad de establecer criterios “objetivos” (libres de juicios de valor) que permitan evaluar la idoneidad de las políticas económicas de los gobiernos para mejorar el bienestar social. En este contexto, el bienestar social se define, en términos generales, como “una media, ponderada de una forma u otra, de las utilidades de los individuos que forman la sociedad” (Sánchez y de Santiago, 1998). En relación con el segundo punto, en los orígenes de la Economía del Bienestar (fundamentalmente en las aportaciones de Pigou), el incremento del bienestar social se vincula al incremento del bienestar económico o material, y se considera que este puede aumentar a través de dos vías (Fernández Díaz, Parejo Gamir, & Rodríguez Sáiz, 2005): mejorando la eficiencia en la asignación de recursos y mejorando la equidad en la distribución de la renta (o, dicho de otro modo, incrementando la renta nacional y distribuyéndola mejor). En tanto que el primer objetivo es, en general, compartido por los economistas, el segundo es más controvertido ya que introduce comparaciones interpersonales de utilidad. Sigue leyendo

¿Por qué estudiar la felicidad?

El estudio de la felicidad ha planteado la necesidad de considerar, además de la renta, otros factores explicativos de la satisfacción de los individuos que deberían ser tenidos en cuenta si los objetivos son la maximización del bienestar social y la mejora de la calidad de vida.

Es un hecho que el incremento del PIB a largo plazo es un objetivo prioritario de los gobiernos y ello se debe a que la renta ha sido considerada, tanto en el campo político como en el de la ciencia económica, un buen indicador del bienestar económico y, por extensión, del bienestar social. No obstante, este supuesto ha sido puesto en tela de juicio en numerosas ocasiones y, en consecuencia, se ha criticado la preeminencia del objetivo crecimiento económico ante otros intereses o necesidades sociales que también influyen en la calidad de vida de los individuos. Por tanto, resulta relevante plantearse hasta qué punto es la renta un buen indicador del bienestar, si es un buen criterio para la orientación de las políticas económicas o si es necesario tener en consideración otros factores determinantes del bienestar. En este contexto, tienen gran interés las aportaciones que se están realizando en la investigación sobre el bienestar subjetivo (felicidad y satisfacción con la vida), tanto desde otras disciplinas como desde la propia ciencia económica.

Es constatable el aumento del interés por el estudio del bienestar subjetivo y de sus determinantes entre los economistas. La proliferación de encuestas mundiales, derivadas del ámbito de la sociología, permite disponer de una batería de indicadores que ha llevado a reputados economistas como Layard (2005) a concluir que ya podemos medir la «felicidad». La disponibilidad de datos comparables, unido a las técnicas estadísticas y econométricas, ha potenciado una creciente literatura en este ámbito, en la que la satisfacción de los trabajadores o de la propia sociedad en su conjunto se convierte en objeto de estudio para las economistas, encuadrándose en lo que ya se ha denominado la «Economía de la Felicidad».

Entre las razones que justifican este interés de los economistas podemos destacar las siguientes: la identificación de los determinantes de la felicidad; la comprensión de la naturaleza de la felicidad y del concepto utilidad; la contrastación de teorías y predicciones y la mejora de la política económica (Frey, 2008).

Precisamente, el estudio de la naturaleza y de los determinantes de la felicidad ha planteado la necesidad de considerar, además de la renta, otros factores explicativos de la satisfacción de los individuos que deberían ser tenidos en cuenta si los objetivos son la maximización del bienestar social y la mejora de la calidad de vida.

Esta tarea no está exenta de dificultades ya que existe en la literatura científica una gran confusión sobre el significado preciso de los términos «bienestar», «utilidad», «bienestar subjetivo», «felicidad», «satisfacción con la vida» y «calidad de vida». Es habitual que unos se definan en función de los otros, lo que conduce a que, en unas ocasiones, se utilicen indistintamente con el mismo significado (así resulta representativa la siguiente frase de Easterlin (2001, p. 206): «I use the terms happiness, subjective wellbeing, satisfaction, utility, well-being, and welfare interchangeably»), mientras que, en otras, se les asignen significados diferenciados.

Los términos citados aparecen vinculados de una forma u otra a la idea de bienestar, pero el concepto «bienestar» no está libre de ambigüedades [1] y una de sus definiciones más ámplias es la propuesta por Gasper (2004) de «ver el bienestar como una noción global [umbrella term]»o, dicho de otro modo, como una abstracción que se refiere a cualquiera de los aspectos bien valorados de la vida (Travers & Richardson, 1993).

Desde esta perspectiva, se cómo esta noción abstracta se ha ido concretando en los restantes conceptos, existiendo aspectos que han adquirido mayor relevancia en la literatura económica que tiene implicación en la evaluación de las políticas públicas. Sobre esto trataremos en una próxima entrada.

[1] Según Gasper (2004), el bienestar se identifica en el utilitarismo con el placer (well-feeling), que a su vez es reducido en la corriente económica convencional a tener una posición acomodada financiera o materialmente (being well off, well-having or having much); por su parte, en la tradición aristotélica el bienestar se identifica con vivir una vida buena (well-living), lo que, a su vez, permite incluir múltiples aspectos como los relacionados con el pensar o el hacer (well-thinking, well-doing).

Referencias:

Frey, B. (2008). Happiness: A Revolution in Economics (Munich Lectures in Economics). The MIT Press.

Gasper, D. (2004). Human Well-being: Concepts and Conceptualizations. Helsinki, Finland: United Nations University, World Institute for Development Economics Research (WIDER).

Layard, R. (2005). La Felicidad. Lecciones aprendidas de una nueva ciencia. (V. Gordo del Rey, & M. Ramírez, Trans.) México: Taurus Pensamiento.

Travers, P., & Richardson, S. (1993). Material Well-Being and Human Well-Being. In F. Ackerman, D. Kiron, N. Goodwin, J. Harris, & K. Gallagher (Eds.), Human Well-Being and Economic Goals. Washington DC: Island Press.